
Estoy harto de la exaltación del vicio y de la normalización de lo anormal y, sobre todo, del repudio de las buenas costumbres de la honestidad y de la virtud como si se tratase de conceptos prescritos, arcaicos y sin sentido a los que hay que amontonar en el trastero. Desde hace tiempo, asistimos a una feroz ofensiva contra el concepto tradicional de la familia española. En todos los medios de comunicación se pone como " chupa de dómine" la educación que recibimos las gentes de mi generación, el entorno hogareño en que crecimos y las costumbres que en él privaban. La clásica institución del matrimonio se sustituye por la cómoda figura de la pareja de diferente o del mismo sexo ( que para mí es una bestialidad ) ; se desprecian el recato, el sacrificio y la abnegación de que siempre hicieron gala nuestras madres, acusándolas de infelices y traumatizadas; se asegura que anduvimos por las tinieblas del oscurantismo, privados de toda licencia y de cualquier placer. Así parece que las chicas de la postguerra, las jóvenes del primer tiempo del desarrollo, hubiesen pasado su adolescencia y su juventud amargadas y entristecidas, sin capacidad alguna de decisión y malogrando todas sus posibilidades vitales, todas sus expectativas de felicidad. Condenadas a la castidad ( como se dice ahora ), sin margen para realizarse como mujeres, estaban destinadas a un matrimonio forzosamente aburrido, del que sólo obtendrían un respaldo económico y el carné de familia numerosa.
Semejante simplificación de la realidad es una gran falacia. No por moverse en un entorno social difícil,dejaron de ser felices ( a su manera), ni de justificar su vida. Tenían, por supuesto, una mentalidad radicalmente distinta a la de las chicas de hoy. Pero estoy seguro de que muy pocas se arrepienten de aquella educación ni de aquel ambiente familiar en que crecieron, porque les importaba mucho algo que hoy no se tiene demasiado en cuenta : ser decentes
Se asegura que los jóvenes de mi tiempo padecimos una represión tan categórica que tenemos la asignatura pendiente. Por mi parte y en nombre de muchos coetáneos, afirmo que cursamos la citada asignatura con numerosas matrículas de honor. Aquellas restricciones ( que desde luego tuvimos), sirvieron para aumentar los alicientes del sistema, dándole un encanto y una alegría que hoy han desaparecido. A la juventud actual la aburre el sexo, por hastío, en la misma medida que a la mía la apasionaba, porque disfrutar de él exigía por aquel entonces imaginación, audacia y riesgo.
Por eso admiro entrañáblemente a las chicas de mis años mozos, con las que tantos años de felicidad pasamos todos los hombres de mi generación. Ellas nunca sintieron c omplejos, estudiaron una carrera o prefirieron emplearse o se casaron enseguida. De una u otra forma cumplieron escrupulosamente una función social, sin presumir nunca de hacerlo.Estupendas compañeras de mi juventud, magníficas chicas que crecieron sin otra preocupación que la de ser mujeres normales, buenas hijas de familia, profesionales cumplidoras, ciudadanas conscientes, esposas fieles y madres ejemplares.